viernes, 22 de agosto de 2014

DESDE MI ABSURDARIO: Galletas integrales

Como sabéis, hace una temporada que Lastrend cuenta con la colaboración del escritor vigués Darío Vilas. Pues hoy, y de cara al fin de semana, Darío nos trae una estupenda receta para ponernos las botas este fin de semana. Ya nos contaréis que os parece. Y sin más dilación, aquí os dejo con la segunda aportación de Vilas de su Absurdario particular.


Como cuesta el mismo esfuerzo comer bien que comer mal (¿verdad Drew Barrymore?), llevo un tiempo documentándome sobre mitos alimentarios, tratando de adecuar la dieta de mi familia a lo más equilibrado dentro de lo malo. Porque no nos engañemos, somos gallegos de los de buen comer, de los de empezar una celebración con banquete a la una del mediodía y terminar a las nueve de la noche.
Así pues, en vista de que no podía cambiar los hábitos de buenas a primeras, decidí que iría sustituyendo al menos los ingredientes menos recomendables por otros que, si bien engordan prácticamente lo mismo, son más nutritivos. Poco a poco, desterré de la cocina grasas hidrogenadas y productos refinados, abriendo camino a la mantequilla, demonizada de forma injusta durante décadas, las harinas integrales y el azúcar moreno. Al principio costó un poco acostumbrarse a cocinar, ir variando las cantidades para obtener un resultado similar al de las recetas tradicionales, y sobre todo habituar el paladar a las nuevas texturas y sabores. Pero vale la pena, os lo aseguro.
Bien, no me lío más contando batallitas. Al tema.
Hoy quiero compartir desde mi rincón en Lastrend, siguiendo la premisa de abordar temas absurdos y variopintos, una de las recetas clásicas que he adaptado a mi nueva forma de entender la cocina: galletas clásicas de mantequilla.
Empecemos por los ingredientes. Es importante que los respetéis en la medida de lo posible:

-150 gramos de mantequilla de buena calidad (no quiero dar marcas, pero hay una con nombre de señor que es cojonuda)
-200 gramos de harina blanca de cultivo ecológico (no porque sea mejor que cualquiera del súper, sino porque contiene más nutrientes, al pasar por un proceso de refinado menos intenso)
-100 gramos de harina de espelta integral
-120 gramos de azúcar moreno de caña integral
-1 cucharadita de azúcar avainillado o canela (al gusto del consumidor)
-1 huevo casero

La elaboración es muy sencilla, ya lo veréis. Para mí, lo principal es que los ingredientes sean los adecuados, el resto puede hacerlo cualquiera (hasta yo).
Primero fundimos la mantequilla a fuego suave. Es importante no perder la paciencia, porque si la quemáis las galletas cogerán muy mal sabor. A continuación, en un bol grande, echáis la mantequilla fundida y deshacéis, en la medida de lo posible, el azúcar moreno y el azúcar avainillado (o la canela, aunque esta no se disuelve, pero es el momento de añadirla), utilizando unas varillas de batir manuales o un tenedor, que es lo que uso yo, que soy bruto para todo. Os quedará una especie de líquido espeso marrón muy poco apetecible. 
Una vez disuelto el azúcar moreno en la mantequilla, añadís el huevo sin dejar de remover (la mezcla quizás esté todavía caliente, si no removéis al tiempo puede cuajar el huevo y nos cargamos el invento).
A continuación, vamos añadiendo la harina con un tamiz (un colador de leche normal puede hacer la función a la perfección), sin prisa y con mimo, al mismo tiempo que seguís removiendo. Primero la harina blanca y después la espelta integral. Esta, la integral, os dejará cascarillas en el colador. No la desechéis, ahí están los principales nutrientes del cereal. Echad la cascarilla sobre la mezcla final.
En este punto ya no será posible remover con las varillas ni con el tenedor, tenéis que amasarlo con las manos (os la habréis lavado antes de empezar, que estamos cocinando...), procurando que se mezcle la harina que ha quedado pegada a las paredes del bol.
Si lo habéis hecho bien, debería presentar un aspecto tal que así:

 
No sé si me gusta amasar eso o no, tengo sentimientos encontrados 

Como veis, el bol está casi limpio y nos quedó una bola de masa 
aceitosa de tono color café. Ahora vais a taparlo con film transparente y a la nevera a endurecer. Entre media y una hora, más o menos, dependiendo de la graduación a la que tengáis el frigorífico. Es a ojo, no os preocupéis, sólo es para que la mantequilla endurezca un poco y sea más fácil de trabajar.
Mientras tanto, podéis ir poniendo papel de horno sobre la bandeja. Os recomiendo usar uno decente, antiadherente, para evitar que se peguen. Nada de papel de aluminio, si se os pegan las galletas a él podéis acabar comiendo un pedazo. Lo sé porque lo sé, ¿vale?
Transcurrido ese tiempo en la nevera, sacáis el bol y comprobáis si está manejable. Si quedó muy dura la masa, tenéis que dejarla un rato a temperatura ambiente para que se ablande.
Con un rodillo (o la botella que tengo al lado para ir recargando las pilas) estiráis bien la masa en la encimera, dejándola del grosor que os apetezca que tengan las galletas. Como no llevan ningún tipo de levadura, crecerán muy poquito con el horneado.
A partir de ahí, las formas serán las que más os gusten. Rienda suelta a la creatividad, dejad volar la imaginación, como hago yo, que uso un molde circular. Soy un derroche de ingenio.
Ah, importante. Antes de poneros a enloquecer dando formas increíbles, encended el horno para que vaya precalentando a 180º.
Pues nada, colocadas las galletas sobre el papel de horno, precalentado al menos 15 minutos, metéis la bandeja a media altura y se hornean unos 15 minutos. Esto también va a depender de vuestro horno. Nada de ventilador al principio, porque el truco para saber si están lista son los bordes. Si se han dorado un poco, están en su punto. Ahora sí, si os apetece darle un aspecto más vistoso podéis poner el ventilador para que se doren un poco por encima. Cuidado, no os paséis horneando u os quedarán como discos de hockey.
Sacáis la bandeja del horno y, una a una (¡con una espátula, que queman!), vais colocando las galletas sobre una rejilla para dejarlas enfriar. Huelen bien, ¿verdad? Pues hay que esperar a que estén frías. O no.

Ese galletón es para mi hijo, al que los medallones de tamaño estándar se le hacen muy pequeños.

Yo las hago así, tamaño medalla de fútbol base, para intentar controlar la cantidad que como, pero al final es una absurdez (de eso se trata) porque en lugar de comer dos o tres me ventilo una docena.
Una vez que enfrían, podéis y debéis guardarlas en alguna caja de galletas con papel de cocina debajo. No es recomendable congelarlas, al no llevar ninguna levadura se quedarían como piedras si las conserváis de ese modo. De por sí, aguantan bien un par de semanas. Lo que pasa es que me temo que en cuanto las probéis no llegarán al día siguiente. Ya me lo contaréis.

 
¡Milagro, el galletón ha desaparecido!

Y nada más por esta vez. Nos volveremos a ver pronto por Lastrend. Café y galletas mediante. Si os gustó la receta, compartid desde vuestros perfiles de Facebook, Twitter, Linkedin, Instagram, Google + (¿en serio usas eso?), Tuenti o por la escalera del edificio. Difundidlo, coño.

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